Gordon Lindsay - El Camino a La Vida Eterna
Una presentacion de la vida eterna.
El 22 de noviembre de 1963 fue un día que aturdió y entristeció a todo el mundo, fue el día en que el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, encontró la muerte por la bala de un asesino. El mundo vertiginoso se detuvo al caer uno de sus grandes líderes.
El impacto tremendo de este acontecimiento se sintió por todo el mundo; sin embargo, fue mayor su efecto sobre la ciudad de Dallas en donde tuvo lugar. Y para aquellos que realmente vieron la escena, fue un día inolvidable. Entre los que vieron el horrible espectáculo estaba mi hijo menor, Dennis.
En la mañana del 22 de noviembre de 1963, Dennis, juntamente con otros dos muchachos, se subieron a su pequeño Volkswagen rojo y se fueron al aeropuerto Dallas Love Field. En el camino se fijaron que era un poco después de las once en el reloj grande de un edificio un poco alejado de la carretera de tráfico rápido. Tenían que apurarse, porque ellos sabían que el presidente aterrizaría pronto en su gran avión a chorro. Llegaron al aeropuerto justamente antes de que bajara el avión. Pronto aterrizó, y en unos cuantos minutos el carro del presidente venía saliendo por la puerta del campo. Uno de los muchachos se había trepado al toldo del Volkswagen y estaba tomando fotografías. El presidente miró al muchacho, se sonrió, y saludó con la mano a la multitud al continuar la procesión.
Dennis y sus amigos habían logrado obtener boletos para el Emporio, en donde estaba programado que el presidente hablara exactamente en una hora. Posteriormente, mientras que caminaban alrededor del Emporio, vieron a un reportero con un radio receptor-transmisor portátil corriendo para el puesto de los fotógrafos. En ese momento venía un carro corriendo por la carretera con las sirenas sonando a su capacidad máxima. Tuvo que disminuir la velocidad para doblar la esquina, y Dennis tenía la cámara fotográfica tomando fotografías. Al mirar por el visor, lo que vio lo espantó sobremanera. El presidente se había desplomado sobre el piso, y la señora Kennedy y un hombre estaban inclinados sobre él. Uno de los fotógrafos exclamó: “¡Han disparado al presidente!”.
Los muchachos subieron al Volkswagen y siguieron al carro que volaba al hospital. Los agentes del servicio secreto todavía no habían sido estacionados en las puertas. Con curiosidad juvenil, entraron. Siguieron a un reportero arriba hasta el cuarto en donde había sido colocado el presidente herido. Una enfermera corrió para afuera, preguntando de qué tipo era la sangre de ellos y si donaban sangre para una transfusión. Dennis dijo que lo haría con gusto, pero antes de que pudiera tomar cualquier decisión, los doctores llamaron a la enfermera para que regresara y le dijeron que todo era inútil. El presidente estaba más allá de cualquier ayuda humana. ¡Al poco rato se hizo el anuncio de que el presidente estaba muerto!
Al regresar los jóvenes a la escuela, iban muy pensativos. Nadie decía nada. Pasaron el reloj que habían visto escasamente dos horas antes. Todavía no sabían que debajo de ese reloj había disparado el rifle un asesino.
Cruzaron a Oak Cliff. Allí tuvieron otro sacudimiento. Llegaron a la escena de un tiroteo en la calle. Había sangre sobre el pavimento, y los policías perseguían frenéticamente al hombre que había asesinado a un policía. Los agentes rápidamente lo capturaron y lo llevaron a la delegación de policía. Allí supieron que probablemente él era el que había matado al presidente. La evidencia posterior mostró que lo era.
Fue un día lleno de eventos y que volvía pensativos a los muchachos. Le pregunté a Dennis después de que hubiera sido testigo de este evento trágico pero histórico la impresión que le había causado. Muy sobriamente me contestó: “Nos mostró cuán corta puede ser la vida y qué tan repentinamente puede venir la muerte. Me hizo comprender que aun si uno tiene cientos de hombres que lo cuidan, uno puede ser tomado en un instante y uno tiene que estar listo.”
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